El despertar de la sinestesia en el arte abstracto

Por Delia Bolaños


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“El color tiene el poder de ejercer una influencia directa sobre el alma. Éste es la tecla, el ojo es el martillo y el alma humana es el piano con sus cuerdas. El artista es la mano que, mediante una u otra nota, juega con ella haciéndola vibrar”. [1]

En historia del arte se suele decir que las vanguardias artísticas fueron surgiendo en determinados y significativos momentos históricos como resultado de un vertiginoso movimiento incontestable que negó los principios plásticos de los ciclos artísticos anteriores. De modo que en el caótico, irreverente e interminable ciclo occidental del arte contemporáneo, lo “novedoso” siempre fue empujando progresiva y violentamente a lo necesariamente “decadente”. Para algunos críticos de arte la abstracción o el arte abstracto que trajeran consigo las vanguardias rusas y germanas de principios de siglo XX, representaron la ruptura total con la Vieja Academia Europea en la que el universo de lo figurativo dictaba las reglas de lo bueno, lo bello y lo correcto en el arte.

Fuente: Delia Bolaños
Fuente: Delia Bolaños

Sin embargo, en muy personal punto de vista, me parece que el, consecuentemente incomprensible y misterioso, mundo de la plástica abstracta (que por cierto, no tuvo mucho de original en esa época, si en términos técnicos realmente se tomaran en cuenta las expresiones pictóricas del arte rupestre), va más allá de una simple técnica plástica contestataria. La abstracción es un medio de expresión que se vincula al profundo simbolismo de las formas, las texturas y los colores, elementos que el artista explota al máximo para superar algunas de las carencias del arte figurativo como eje central de la representación de lo externo. Aquí la obra intenta existir por la libertad de sus elementos plásticos (cromatismo absoluto, ausencia de jerarquía formal, ruptura de los esquemas de concepción social).

Artistas del período entre guerras y/o posguerra como la sueca Hilma af Klint (1862-1944), los rusos, Wassily Kandinsky (1866-1944) y Kazimir Malevitch (1879-1935), así como el holandés Piet Mondrian (1912-1872), encontraron en la abstracción geométrica y lírica, el lenguaje y los simbolismos necesarios para plasmar ideas mucho más allá de la observación e inmaculación del “entorno natural ideal”: representación visual de las ideas espirituales complejas, composición del armónico-sensorial perfecto de todas las artes humanas en la pintura moderna (Gesamtkunstwerk u obra de arte total), búsqueda de la sensibilidad y la espiritualidad puras del arte pictórico (fuera de toda influencia del mundo externo), etc.

Fuente: Delia Bolaños
Fuente: Delia Bolaños

En el caso muy específico del expresionista Wassily Kandinsky, cuya extensa obra puede ser apreciada de forma panorámica (más de cincuenta piezas fueron prestadas por importantes museos internacionales: 31 de octubre 2018 al 29 de enero de 2019) en la exposición Kandinsky. Pequeños Mundos del Museo del Palacio de Bellas Artes (Av. Juárez s/n, Centro Histórico), la “necesidad interior” de expresar lo inherente al arte más allá de los explicable, lo llevó a acercarse a la teosofía (búsqueda de lo desconocido y lo incogniscible a través del conocimiento de lo espiritual, lo mágico y lo místico) y a la música instrumental europea. Pero fue en la compleja construcción sintético-armónica de grandes obras germánicas y rusas de compositores contemporáneos como Wagner (1813-1883), Mussorgsky (1839-1881), Scriabin (1871-1915) y Schönberg (1874-1951), que le fueron plenamente develados los complejos universos sensibles y emotivos de la sinestesia acústico-visual.

La privilegiada y poco usual habilidad de percibir hipersensaciones (escuchar colores, sentir sonidos, saborear colores o sensaciones táctiles, etc.) por medio de varios canales sensitivos interconectados, le dio al pintor ruso la capacidad de “salir de sí mismo” e in- ternarse en el efecto psíquico que le producían los sonidos, las formas y los colores, para transformar dichos estímulos en un complejo contexto pictórico lírico. El pintor logró un sincretismo abstracto entre teórico, espectador y artista. Escuchando tonos y acordes específicos mientras pintaba, Kandinsky afirma que, por ejemplo, el amarillo puro es el color de una trompeta de latón, el negro (antonimía) es el color del cierre o el fin definitivo de todas las cosas y que las combinaciones de colores producen frecuencias vibratorias muy similares a los acordes tocados en un piano. 

Así en su continuo análisis sobre las formas y los colores, Kandinsky no da simples y arbitrarias asociaciones con ideas, sino que da la experiencia interior del artista completo:

“La relación inevitable entre color y forma nos lleva a la observación de los efectos que tiene esta última sobre el color. La forma, aun cuando sea completamente abstracta y se reduzca a una forma geométrica, posee en sí misma su sonido interno, ya que es un ente espiritual con propiedades identificables a ella. […] Determinados colores son realzados por determinadas formas y mitigados por otras. En cualquier caso, los colores agudos poseerán una mayor resonancia cualitativa en formas agudas y aquellos que tienden a la profundidad son resaltados por las formas redondas”.[2]

Fuente: Delia Bolaños
Fuente: Delia Bolaños

Las dinámicas de movimiento y diálogo internas, así como las propiedades estructurales de la  obra de arte explicadas por el pintor ruso a lo largo de sus años como artista visual y profesor emérito de la Escuela de Bauhaus, son referentes claves para comprender el mecanismo interno tanto del arte abstracto como del figurativo, ya que la búsqueda por la esencia misma del arte nos lleva a comprender el estatus esencial o puro de los colores y las formas en el soporte pictórico.

Wassily Kandinsky, De lo espiritual en el arte, 1979 (5a ed.: 1989), Premia Editora S.A. / La Nave de los Locos, Ciudad de México, P.P. 44 y 45.   

Ibídem, p. 48 y 49.


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