Lugar de enunciación. – La CDMX

La semana pasada me pidieron escribir una reflexión sobre la navidad para compartirla en la posada de la Universidad donde doy clases. ¿Qué les voy a decir?, hace ya varios años que no siento la navidad como yo quisiera, después de escribir varios párrafos para transmitirles un mensaje y borrarlo varias veces, decidí ser sincera.

Quiero sentirme como cuando era niña, mi mamá ponía el árbol hasta la primera posada, siempre nos decía “no lo podemos poner antes, porque es aquí donde comenzamos a celebrar la navidad”, esos 15 días que restaban del mes de diciembre eran suficientes para vivir la sensación que me producían esas festividades, los amaneceres me parecían hermosos, fríos, disfrutaba cada minuto de cada día. Hoy pongo el árbol a mediados del mes de noviembre, pongo música de navidad hago ponche y siento bonito, pero solo eso. Necesito esa sensación de plenitud, espera, alegría y de paz de cuando era niña.

Comencé a recordar, como viví de niña estas festividades, todas las posadas las hacíamos en la casa de mi abuelita, ahí nos reuníamos las diferentes familias, entre 5 y 6 de la tarde.

Mi abuelita ponía un nacimiento grande, con un espejo que simulaba un lago y peces, pastores cuidando a los borregos, los reyes magos, el pesebre para poner al niño Dios, la virgen María y San José, mí parte favorita de todo el nacimiento era el lugar en donde se encontraban los árabes, había una tienda de rayas rojas con blanco, recuerdo perfecto un arabe recostado de lado sosteniendo su cabeza con su brazo. Cada noche que llegábamos me paraba frente al nacimiento un buen rato para observarlo, miraba la cara de cada muñequito y figuras, y me imaginaba dentro de cada uno de esos espacios, me hacía participé de esa magia, porque para mí, todas y cada una de las figuras tenían vida, cada una me transmitía un sentimiento, la Sra. que echaba las tortillas, el corral con las gallinas, todo absolutamente todo tenía vida. Mi abuelita también ponía árbol de navidad que para mí no tenía importancia, hasta se me hacía feo. Ver el nacimiento me producía una sensación tan fantástica que no sé cómo transmitírselas, era como estar en otro mundo, sentía una gran paz y un respeto por el nacimiento. Hoy me doy cuenta que me conectaba con ese lugar a través de la contemplación.

Era padrísimo llegar a la casa de mi abuelita y ver las piñatas colgadas en un palo de escoba sostenido por una silla de cada lado. Siempre eran las mismas figuras una zanahoria y una negrita, medias mal hechas porque mi abuelita las hacía, pero nos encantaban, comenzábamos rezando el Rosario, y en cada gloria cantábamos “humildes peregrinos Jesús maría y José mi alma doy por ellos mi corazón también”. A veces con los primos echábamos competencias haber quien cantaba más fuerte y eran unos gritos que hoy recuerdo y me da risa. Terminábamos de rezar y luego a pedir posada, la palea entre las niñas y niños era porque quienes íbamos a cargar a los peregrinos, esa discusión era parte de las posadas, y para evitar eso, las tías decidían que todos participáramos tocando la charola con heno navideño, que llevaba a la Virgen María, San José y un burro.   ¡¡y luego a romper la piñata¡¡,  todos los días era lo mismo, ¡¡¡Pepe no vayas a romper la piñata deja que todos  tus primos le peguen¡¡¡ , pero Pepe nunca hizo caso en cuanto le tocaba pegarle y le daban el palo,  en su cara se reflejaba una risa burlona y de latoso, le pegaba durísimo y como las piñatas eran de barro al primer palazo la rompía , en segundos se aventada y se ganaba toda la piñata completa,  y  su risa era aún más burlona y todos los primos enojados, y llorando siempre pensábamos, “ojala que  hoy no venga a la posada”, pero nunca falto.

Después cantábamos “echen confites y canelones pa los muchachos que son muy tragones”, no sé porque, pero esta canción nunca me ha gustado, y hasta ahorita que estoy escribiendo me doy cuenta que nunca supe que son los canelones, nos daban las colaciones en canastitas de papel de colores, los únicos dulces que me gustaban eran los que traían relleno de cacahuate. Después a cenar, cada día le tocaba a una familia llevar la comida, a veces era de tamales, taquitos, tostadas y cuando no había dinero, galletas.

Ahora que estoy recordando ese pasado y reviviendo esas posadas, con todas las caras de mis primos de niños, la casa de mi abuelita, mi querida tía Marí, mis hermanos. Reviví eso que tantas ganas tenia de volver a sentir, el espíritu de la navidad. Me doy cuenta que la Sención y la magia venían de hacerme participe de ese nacimiento de entrar a ese lugar y sentirme, pastora, árabe, gallina, rey mago y sobre todo por la mirada de la Virgen María y San José, que me transmitían paz, ilusión, en la espera del niño Jesús. Para mí era una certeza que era ese lugar en donde me encontraría participando en la espera de este nacimiento.

FELIZ NAVIDAD Y PROSPERO AÑO NUEVO