Cuidad de México | 4 de noviembre de 2021. | Redacción.-
Después de la elección intermedia del 6 de junio pasado en la que Morena y sus aliados ratificaron su mayoría en la Cámara de Diputados y en 11 de 15 entidades federativas en disputa, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, inusitadamente y alejado de toda ortodoxia política, abrió el compás anticipado de la contienda presidencial del 2024: mencionó que en el movimiento social que él construyó había mujeres y hombres con capacidad para poderlo sustituir en el cargo que ocupa. Mi primera lectura fue que lo hizo a fin de poner freno a la serie de especulaciones y rumores que señalaban que él intentaba reelegirse en el puesto.
La sola mención de un presidente de la República en nuestro país, respecto a cualquier asunto público, es preponderante y genera reacciones que, de manera inevitable, tienen consecuencias. A casi cinco meses de que el jefe del Estado mexicano abrió la sucesión, destapando nombres y ubicando los perfiles favoritos para tal efecto, provocó que personas y grupos se fueran alineando en torno al perfil cobijado, impulsado y protegido desde el poder mismo.
El primer mandatario de nuestro país goza de un nivel de aceptación superior al 65% de la población, lo cual quiere decir que el cariño y el respaldo popular con que cuenta son el principal factor del éxito electoral futuro, y hace presumir que la candidata o el candidato que él impulse será quien lo suceda, esto es, que la contienda interna será la definitiva para la elección presidencial. Solo una ruptura entre los aspirantes de Morena puede poner en riesgo el triunfo en el 2024.
Por su parte, la oposición hace un esfuerzo encomiable para buscar perfiles que concentren cualidades políticas en mujeres y hombres que puedan enfrentar a este movimiento social que en México se consolida, a pesar de la desarticulación y el enfrentamiento al interior del partido en el Gobierno, por posiciones de la burocracia, y procedimientos y mecanismos propios del instituto político, síntomas que, a su vez, demuestran la fragilidad del sistema de partidos en México.
En México, hasta ahora la oposición se muestra dispersa, frágil y sin figuras políticas fuertes que permitan cohesionar a un frente que haga posible disputarle a Morena los espacios del poder público, comenzando por la Presidencia de la República.
Actualmente, Morena y sus aliados tienen bajo su control 17 de 32 entidades federativas, y es probable que el próximo año triunfen en 5 de 6, lo que sumaría un total de 22 de 32, algo insólito, dado que Morena es el partido más joven, con apenas siete años de existencia en la vida pública del país.
Nadie debe confundirse ni engañarse, el principal impulsor y activo de este movimiento social es Andrés Manuel López Obrador. Tampoco hay que olvidar que Morena surge como un movimiento demandante de democracia interna y de transformación de las instituciones que cambiarán al viejo régimen, y sería un contrasentido que desatendiera estos principios fundamentales.
La exigencia de mejorar y perfeccionar los procedimientos internos de selección de candidatas y candidatos a puestos de elección popular y a cargos de dirigencia partidista no se debe soslayar. En casi todo el mundo, los partidos de izquierda acuden a elecciones primarias para cohesionar y unir a sus bases territoriales. Ésta es una gran discusión que no puede alterar los ánimos ni descalificar las propuestas, sino llevarlas a debate en los órganos partidistas, pero también frente a la sociedad.
Cualquier aspirante que camine sin el cobijo presidencial a cualquier puesto de elección popular marcha cuesta arriba, pues una opinión del mandatario, una señal o una expresión suyas provoca que la mayor parte de simpatizantes y militantes se orienten por ese tipo de manifestaciones, es decir, se trata de una correa de transmisión indiscutible, sin desapercibir la estructura del poder: servicio público, gubernaturas, escaños y curules, desde el regidor más modesto hasta la secretaria o gobernadora más poderosa. Sin embargo, la esencia del movimiento es la libertad de expresión y de acción, y a esa acudimos y en ella confiamos.
Para quienes no gozamos ni tenemos esta posibilidad de cercanía y de preferencia, el camino resulta complejo y difícil, incluso, para algunos analistas, imposible y hasta suicida; sin embargo, es la historia propia de quienes siempre hemos estado en el plano de la inequidad y la desigualdad frente al poder; quizá sea la cruz que debamos cargar hasta la muerte política, hablando hoy del Día de Muertos, honrando su memoria y recordándolos.
Por mi parte, he afirmado en distintas ocasiones que, una vez llegado el momento de participar formalmente, de acuerdo con la convocatoria que se expida, estaré puntual a la cita con la historia. Confío en que la militancia, simpatizantes y la sociedad en general puedan analizar la experiencia y la trayectoria de cada participante y decidir con objetividad. Confío también en que la terca realidad se impondrá para procurar procedimientos democráticos en la selección de candidatas y candidatos, por eso me mantengo y me mantendré en Morena, como fundador y como acompañante del presidente López Obrador por más de 23 años.
México está en una lucha anticipada por la sucesión presidencial, y aunque en el discurso oficial no se acepte o las y los propios aspirantes lo nieguen, ya está en marcha un proceso político de relevo; inevitablemente, cada día que pasa surgen simpatizantes, con opiniones dispares y hasta encontradas que, lamentablemente, con el tiempo, suelen resultar irreconciliables.
La sucesión desenfrenada nos llevará a acostumbrarnos a escuchar opiniones, declaraciones y proclamas cada vez más frecuentes, apariciones cada vez más continuas, luchas internas inesperadas y mayor encono en la arena política interna de las y los aspirantes, todo lo cual dificultará posteriormente instalar la institucionalidad en la organización política a la que pertenecemos.
En los Estados, municipios o regiones comienza la alineación de personas, grupos y organizaciones que se decantan por su preferida o preferido. Si no existen reglas claras desde ahora y prevalecen los favoritismos, me temo que el desencuentro político será inevitable, lo que afectará la unidad, la esperanza y la continuación de la transición política que iniciamos en 2018 con el presidente López Obrador.
No dejo de pensar, por muy sorprendente que resulte, en por qué el primer mandatario de México abrió su sucesión antes de la mitad de su camino en el Gobierno, pero atendiendo a los principios de su lucha política de décadas, su congruencia y su actitud progresista, puedo afirmar, dada mi cercanía y experiencia política a su lado, que el presidente Andrés Manuel López Obrador nunca improvisa nada, nunca deja nada a la suerte. Antes de tomar una decisión, la medita, la analiza, la estudia, y prevé su desenlace y sus consecuencias.